Las historias ilustran claramente
realidades de lo cotidiano y nos hacen reflexionar y entender, encierran un
conocimiento que nos hace despertar y darnos cuenta de las lecciones que nos
enseñan.
Los seres humanos tendemos a juzgar, criticar
y a estar en casi permanente desacuerdo con los demás: quizás sea una
característica de nuestra estructura cerebral y mental, al estar instalados en
un yo, difícil de despegarse de sí mismo y lejos de mostrar empatía con las demás personas.
Este cuento es muy bueno, de echo
aparecía entre las páginas de El Conde Lucanor, un libro de cuentos que tendrá
unos 600 años.
Erase una vez…
Un padre acompañado de su hijo de corta edad y
su burro, tenían que cruzar semanalmente la plaza principal de un pueblo para
dirigirse a realizar unos trabajos en una aldea un tanto distante. Un buen día,
el niño iba montado en el burro y el padre caminando cerca del mismo pasaban
por la plaza del pueblo, un tanto concurrida de vecinos, - como era habitual -,
que miraban con curiosidad la escena que se presentaba ante sus ojos. Una vez
rebasada la plaza principal, los vecinos comenzaron a criticar ácidamente:
"Será posible? ¡el niño, fuerte y
robusto sobre el burro, y el pobre padre un tanto mayor y achacoso caminando! ¡Qué poca vergüenza!
Habiendo llegado estos comentarios a oídos de
este hombre, la siguiente semana, era él mismo el que iba sobre el burro y el
niño caminando, azuzando al animal. Los vecinos del pueblo al ver esto,
arremetieron con sus críticas hacia el padre: "Qué poca vergüenza! ¡ el
pobre
niño caminando y él tan contento sobre el burro! ¡qué padre más
despiadado!
Con el fin de no recibir tantas críticas, a la
semana siguiente, pasan delante de los vecinos del pueblo, tanto el padre como
el hijo montados en el burro; al ver esto, aquellos que estaban sentados en la
plaza muestran abiertamente sus críticas: "Cómo es posible que tengan tan
poca consideración por el animal. ¡los dos, sentados tranquilamente y el pobre
animal, derrengado, llevándolos sobre su lomo!"
Al pasar el tiempo, y tener una vez más que
pasar por el pueblo, y evitar de una vez por todas, todo tipo de crítica, el
padre y el hijo van caminando, llevando al burro atado con una cuerda. Al ver
esto, los vecinos del pueblo, no pueden dejar de exclamar: "¡Serán
estúpidos!, para qué quieren el burro, los dos caminando y el burro moviéndose
a sus anchas; qué poco cerebro tienen!"
MORALEJA: Haz lo que creas que es
correcto, como hagas caso a los demás, podrás acabar llevando el burro a hombros.
Anoten esta gran frase de Jerry
Minchinton para nunca olvidarla: “Me niego a sentirme mal sólo para hacer que
otros se sientan mejor”.
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