5 Cosas Que he Aprendido a cinco
años de la muerte de mi Mamá
El día sábado 6 de abril
del año 2013 fue sin duda el día más desgarrador de mi vida. No tengo muy claro
si se puede explicar la intensidad de las emociones que uno siente, la pena que
parece infinita, la sensación de desamparo y la soledad profunda que viene de
la muerte de una madre.
Ese fue el día que
perdí a mi madre.
De un momento a otro
me encontré sofocado en un mundo lleno de ruido blanco, y no importaba si
estaba rodeada de gente o solo, siempre sentía una separación visceral con la
realidad, lo único que era cierto era la perplejidad que me ocasionaba el
sentir que mi madre ya no estaba conmigo, y que nunca más lo estaría…
Sentía rabia, mucha
rabia. Ese día se llevó a mi gran soporte en la vida y a mi fan número uno
de mi lado. Quería rendirme. Las palabras no alcanzan para articular la
dolorosa separación entre una madre y un hijo… o el tener que escribir el
discurso funerario para tu madre… o el darse cuenta de que nunca, nunca más
volverás a darle y al mismo tiempo recibir su abrazo.
Ahora que se acerca su
quinto aniversario, he dejado de contar los momentos en base a mis
respiraciones y he vuelto a contarlos primero por minutos, luego por horas y ya
cada vez es más fácil hacerlo por días.
Sobrevivo. Y en el
proceso aprendí mucho acerca de la sobrevivencia. Esto es:
1. Aprendí que el
mundo no se detiene por mí.
Hay muchos días en
los que aún me siento vencido, pero la vida no es una película. No puedes poner
pausa cuando quieras y no puedes rebobinar para revivir alguna escena. Y claramente
no tienes un infinito número de vidas. Se te ha dado una vida, y el mundo
continuará siempre sin parar, a pesar de que tú sientas que todo tu mundo se
detuvo. La única manera de sanar es seguir hacia adelante.
2. Aprendí a estar
agradecido por lo que aún tengo.
Las personas más
felices son aquellas que valoran lo que tienen en vez de fijarse en lo que no
tienen. A pesar de que sí, murió mi madre, la verdad es que no la he perdido,
aún tengo 44 años llenos de recuerdos y de amor infinito, creo que no todos
tienen esa suerte. Ahora siento que aprecio mucho más todas las cosas que tengo
en mi vida, buenas, malas, grandes y pequeñas, todas son cosas que puedo
experimentar porque aún tengo lo más importante que uno puede tener, la fortuna
de vivir.
3. Aprendí que aún uno
tiene el control de su vida.
Entender que uno
tiene control y voluntad sobre sus emociones y acciones es el primer paso para
superar cualquier obstáculo. Quizás no puedas cambiar muchas de las cosas que
suceden en tu vida, pero puedes cambiar cómo te tomas cada una de esas cosas y
puedes elegir hacia dónde quieres ir con ellas.
4. Aprendí que la
adversidad no es una excusa para darse por vencido.
Motivación. Sueños.
Metas. Concentrarte en el movimiento hacia adelante no solamente te ayuda a no
quedarte pegado en el pasado, sino que te ayuda a limpiar tus pensamientos y a
seguir adelante. Al final, cuando uno va superando los obstáculos, miras hacia
atrás y ves mucha fuerza en tu dolor. Rara vez recuperas lo que perdiste, pero
todavía tienes todo por ganar.
5. Aprendí que nunca
un adiós es un verdadero adiós, es un hasta siempre.
Buscarle una
explicación a la muerte te embarca en un viaje donde sólo hay una puerta
giratoria. Es infinito y nunca para de dar vueltas. No importa cuánto implores,
llores y grites, nada vuelve en bien lo mal que te sientes. Es por eso que
decidí dejar de buscar explicaciones y comencé a buscar paz. El camino hacia la
paz no es inalcanzable y no tiene puertas giratorias, va hacia adelante y sana
todo lo que va tocando en su camino.
La vida nunca me
engañó en decirme que mi madre estaría ahí por siempre, de hecho, siempre supe
que algún día ella partiría, como lo harán todas las personas que conozco, como
lo haré yo mismo algún día… El día que logré aceptar eso, fue el día que di mi
primer paso en el camino hacia la paz.
Tengo una certeza tan
clara en mi corazón que es inexplicable, mi madre nunca se habrá realmente ido,
incluso cuando yo sea viejo y esté cerca de mi propio fin. Es la única persona
que es verdaderamente irremplazable en mi vida y siempre la traigo dentro de
mí, aunque no me dé cuenta. Ella sigue viviendo dentro de mí, y con eso me
basta para sonreír. Entonces, no es un adiós mamá, es un ¡hasta siempre!
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