jueves, 24 de abril de 2014

Esta es la crónica de la visita al Río Chonta, Febrero 2014.

Comienza la aventura...
El punto de reunión fue en Metepec en casa de Luis, nuestro guía, llegamos Jorge y yo un poco nerviosos, no pudimos más que sentir una sensación excitante en el estómago de lo que esta increíble aventura de espeleísmo que estaba por venir. Luis estaba dando la última revisión al equipo, poco a poco fueron llegando los otros integrantes del grupo, Dylan, Alex y Carlitos. Salimos el sábado como a las 13:30, fue un viaje sin contratiempos y muy agradable.
Llegamos al poblado de Cacahuamilpa y nos dirigimos a donde estaba un grupo de ejidatarios junto al camino, bajo la sombra de unos árboles y ese era el punto de inicio del camino, ahí nos bajamos y acomodamos todo el equipo. Luis se regresó con la camioneta para estacionarla en las instalaciones de las Grutas y después de 20 minutos regresó en taxi. Comimos un lunch ligero, nos hidratamos, nos registramos con los ejidatarios, pagamos una cooperación de $25.00 por persona y nos enfilamos hacia la entrada del río.
El clima era caluroso y el sol despuntaba ya con sus rayos vespertinos en medio de ese ambiente selvático, en un cerro árido, amenazaba con achicharrarnos.
Caminamos unos 3 kilómetros por un sendero lleno de piedras que viborea entre árboles que después se convertiría en una vereda en medio de la flora selvática y nos introducía a una pequeña sierra, que nos llevaría a la entrada de la cueva, del río subterráneo Chontalcoatlán o Chonta como se le conoce en el argot del espeleísmo.
Ya casi para llegar a la entrada una gran pared vertical de casi 30 metros, de altura nos indicaba que teníamos que hacer un descenso a rappel.
Rápidamente nos pusimos nuestro equipo y uno a uno fuimos bajando por esa impresionante pared de mármol, del vacío hacia la seguridad del fondo de la cañada.
Al llegar a la majestuosa entrada de la caverna nos preparamos con nuestros chalecos, lámparas y cascos, nos colocamos nuestros clásicos e inconfundibles “botes mochila” a nuestra espalda donde llevaríamos el resto de nuestros equipos.
Los botes mochila tienen dos funciones, el de flotador (puede mantener a flote a dos personas) y como mochila para guardar objetos que queremos que no se mojen.
Antes de entrar, nos hidratamos, y Luis nos dio una pequeña pero imprescindible platica de seguridad.
Para entrar se empieza con un refrescante y muy frío chapuzón en el río Chonta, y conforme te vas aclimatando, poco a poco la corriente nos lleva hacia la entrada del río subterráneo, hacia las entrañas de la tierra, hacia lo desconocido no sin dejar de sentir la adrenalina y la emoción que todo ser humano siente al aventurarse e internarse en la inmensa y total oscuridad que representa una gruta activa de millones de años de antigüedad y que según nos cuenta Luis no importa cuántas veces lo hayas cruzado, el recorrido te promete siempre retos y aventuras nuevas.
Poco a poco la oscuridad se va adueñando de la gruta y es momento de prender tus lámparas, ya que te acostumbras al extremo cambio de luz y temperatura no puedes sino sentir la majestuosidad de la naturaleza al comprender como gota a gota y piedrita por piedrita la erosión y química del agua han ido desgastando la sólida roca de mármol hasta convertirla en un inmenso vacío por donde el agua a fuerza de tenacidad y perseverancia ha encontrado su camino.
Hay que estar siempre atento, pues muchos pasajes requieren equilibrio infalible e impecable precisión al pisar. –“Aseguren el paso”- , nos repetía Luis indicándonos que no avanzáramos el otro pie hasta que el primero estuviera pisando bien firme. Es de llamar la atención cómo se comporta el cuerpo en un entorno como éste; cuando se camina entre arena, piedras y agua, mientras no se pierda la calma y la mente confíe en uno mismo el cuerpo siempre elegirá el mejor lugar para pisar y salir ileso, a pesar de la casi nula visibilidad.
Por varios kilómetros fuimos alternando nadar con la corriente esquivando las grandes rocas de mármol algunas visibles, otras ocultas por el agua y caminar entre las pequeñas “playas”. La gruta se conforma por impresionantes bóvedas de mármol de hasta 35 metros de altura y otro tanto de ancho y cientos de bellas formaciones. No puedes sino imaginarte la furia del río en época de lluvias, donde meterse fuera de la temporada oficial significaría seguramente el fin.
Poco antes de la mitad del camino nos encontramos con “la claraboya”, es un inmenso derrumbe milenario donde el techo de la caverna se desplomo parcialmente y el río gira bruscamente a la izquierda. La claraboya en épocas de lluvia forma cascadas de agua que caen directamente al fondo de la gruta y que le dan más fuerza al río Chonta, en época de secas se pueden apreciar las cascadas perpetuas de carbonato de calcio y que no son más que cicatrices y sedimentos dejados a través de los miles de años del paso temporal del agua a través de la claraboya.
Acampamos cerca de las 8:30 de la noche, en una playa de arena. Encontramos leña y prendimos una fogata, preparamos café y ya se imaginaran el alivio que siente el cuerpo al ingerir una bebida calientita después de horas en la caverna. En el río limpiamos las piedras y arena que se filtraron en nuestros zapatos y calcetines; nos cambiamos con ropa seca y como a las 11:00 pm dormimos arrullados por el sonido del agua chocando contra las piedras en su rápida carrera y alumbrados por la luz de una vela.
Nos levantamos a las 8:00, preparamos nuestro equipo para la segunda mitad del trayecto y partimos con fuerzas renovadas. Después de horas de obscuridad, más adelante se empieza a observar el tenue resplandor de los rayos del sol que poco a poco se hacen más intensos y que nos anuncian el cercano final del recorrido.
En mi experiencia personal es la luz más hermosa que he visto en la naturaleza, es como volver a nacer, es como cuando recibes una nueva oportunidad de hacer algo, es indescriptible.
Después de casi 6 kilómetros llegamos al final, donde la gruta remata el ya de por si impresionante recorrido, con una abertura que se puede calcular en más de 40 metros. En medio de un cañón de mármol aún más alto, donde el agua aún más fría del río subterráneo San Jerónimo y el Chontalcoatlán se unen para formar el río Amacuzac que más adelante es afluente del río Balsas.
Al observar desde afuera las dos majestuosas salidas de ambos ríos subterráneos y que convergen exactamente en el mismo punto, no puedo sino pensar y sentir que una inteligencia, un poder más allá de nuestro entendimiento y de nuestro alcance ha diseñado nuestro planeta, y que en millones de años de evolución y para poder cuidar de estas maravillas naturales, ha transformado a la materia inerte en vida y conciencia.
Unos escalones altos y una pronunciada subida nos separan del Centro de visitantes de las Grutas y de unas merecidas quesadillas y tacos, donde después de registrar nuestra salida concluyo nuestra visita al río subterráneo de Chontalcoatlán, Guerrero.